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martes, 19 de marzo de 2013

Capítulo IX.- Castigo


Cuando el sátiro me abre la puerta, parece enfadado. El pelo color canela se ha oscurecido tras una ducha y le cae salvaje hacia las mejillas. Sus ojos oscuros, tan parecidos y diferentes a los de Julio, me miran de arriba a bajo, acusadores.
¾                Te has entretenido por el camino, ¿verdad? –Se apoya en el marco de la puerta y me deja pasar.− Hueles a sexo –adivina mientras me abraza y hunde la cabeza en mi pelo.− Julio, ¿eh? No sabía que le iban las pervertidas.
   El abrazo de Marco crea una conexión entre nosotros que es difícil de entender. Cuando me toca de esta forma me siento como si hubiese encontrado mi lugar en esta vida, como si únicamente lo necesitara a él para seguir viviendo… Y eso me da miedo.
-                ¿Tú lo notas? –le cambio de tema.
-                Sí… Cuando estás cerca tengo ganas de decirte que te quiero –admite.− Y cuando huelo a Julio en ti me pongo celoso, Mine.
-                Lo sé… pero soy así.
-                Y yo –susurra en mi oído.− Porque cuando te vayas mañana por la mañana yo no sentiré remordimientos si llamo a un par de chicas para más tarde.
   Este es el lazo que nos une. La conexión natural entre sátiros y ménades que me hace incapaz de pasar de este hombre e intentar hacer una vida; que me hace querer estar más con Julio.
-                No pienses en él –me lee Marco, y me acaricia la mejilla para guiarme a besarlo.
   Sus ojos en los míos hacen que se me acelere el pulso. La verdad es que Marco me provoca una sensación parecida al amor, pero sé perfectamente que es un sentimiento falso. Noto un hormigueo debajo del diafragma y unas terribles ganas de suspirar su nombre pero me callo mis propias ñoñerías bailando lengua con lengua.
-                Hoy me has hecho enfadar, Mine –me dice Marco mientras me suelta y me empuja con suavidad a la habitación.
-                ¿Sí? –me rio, intentando relajarme. Necesito dejar de pensar en todo.
-                Pues sí… Y por eso voy a castigarte.
   Con una súbita violencia, él me empuja sobre la cama y me agarra de las piernas. He soltado un gritito que parece que le ha gustado y sonríe mientras tira de mis zapatos y se sienta sobre mí para subirme el vestido hasta la altura de mis muñecas. De seguido lo ata al cabezal de la cama, como si me esposara. No puedo mover las manos pero no me preocupo. Me estoy imaginando el tipo de castigo que me va a poner.
-                ¿Me vas a atar? –le pregunto, y en seguida me pone una mordaza de bola para callarme.
   Veo enseguida que ya lo tenía todo preparado. A ambos lados del cabezal hay dos cuerdas que Marco me ata a los pies antes de tirar de ellas hasta encogerme las piernas a la altura del culo, completamente abierta para él. Me da miedo, pero la sonrisa en su cara tiene un peligro que me humedece, que me excita.
   De repente, se levanta y se va. El corazón me da un vuelco. No quiero que me deje sola y me remuevo; pero cuando lo veo volver emito un grito ahogado por la mordaza. En la mano lleva un bote de miel anti-goteo que sostiene sobre mi boca.
-                Poco a poco, traga bien –me ordena, y aprieta el bote.
   La miel atraviesa los orificios de la bola y llega a mi lengua, tan dulce, tan buena. Su dulzura me hace babear aún más y mi castigador me mira mientras mi saliva hace el camino de la miel a la inversa y se derrama sobre mis tetas. Caliente y húmeda, Marco la usa como crema y la restriega contra mi piel: mis pezones, mis costillas, mi ombligo,… Recorre cada parte de mi cuerpo con un masaje que me hace entrar en calor. No poder moverme pasa de ser un divertimiento a una tortura. Tengo ganas de participar… Pero me muevo y me muevo y él no me hace caso, no me desata y se vuelve a ir.
   Llamo al sátiro y lo veo con una cuerda en las manos, larga y suave. Pensar que va a ponerla en mi cuerpo me emociona a la vez que me atemoriza.
   Sin decir ni una sola palabra, Marco pasa la cuerda por detrás de mi cuello y me hace un nudo en el esternón, luego otro a la altura del diafragma. Lo hace con calma pero sin detenerme, como si lo hubiese hecho miles de veces. Rápidamente me ha hecho otros dos nudos, uno a la altura del ombligo y otro a la del pubis. Mete las cuerdas por dentro del bizcocho y me levanta el culo para pasarlas hasta mi espalda. El calor de sus manos en la cuerda hace que me humedezca. Allá donde hay un nudo siento una opresión que me excita, como si lo tuviera encima de mí.
   Como si fuera una pluma, me da la vuelta y sigue haciendo nudos en mi espalda, allá donde al otro lado ya hay uno. Pasa ambos extremos de la cuerda por la de mi nuca y vuelve a darme la vuelta con tal fuerza que me excita aún más. Marco me domina por completo y hace conmigo lo que le da la gana porque sabe que me gusta, y eso lo hace doblemente satisfactorio.
   Separa cada cuerda y las trae hacia adelante una por cada lado, las para entre los dos primeros nudos y abre un rombo sobre mis tetas. Luego hace lo mismo en mi espalda y repite la operación entre el segundo y el tercero y entre el tercero y el cuarto, creando rombos en mi torso y espalda. Lo hace con rapidez, con ansia pero sin equivocarse ni una sola vez. Llega al nudo sobre mi pubis y pasa de nuevo las cuerdas para abrir las que tapan mi clítoris. Con cada cuerda hace un liguero en cada una de mis piernas para pasar luego la cuerda restante entre el liguero y una de las cuerdas que tapan mi coño. Que haga eso con las cuerdas hace que sienta como si también me abriera a mí y cuando me lo mira tan fijamente quiero cerrar las piernas. Siento algo de vergüenza.
-                ¿Qué te parece? Estás preciosa –me alaga mientras recorre las cuerdas con los dedos. Esta suavidad me quema y me hace ansiarlo. Quisiera pedirle que me follara.

   Sin decir nada más, se desnuda y vuelve a la cama. Está un poco excitado y no puedo dejar de mirarle la polla. Sentado sobre sus rodillas, se pone a cuatro patas sobre mí y me besa una mejilla, luego la otra. Posa sus labios bajo mi barbilla y sigue bajando con la lengua hasta mis pezones, que ya estás duros. El roce de su aliento me pone la piel de gallina mientras mantiene la punta de su lengua a un milímetro escaso. Lo miro a los ojos y sonríe mientras clava los dientes en mí de tal forma que parece que vaya a arrancarme una teta. Grito y me zarandeo mientras me abraza y empieza a mamar de ese pecho que no le dará leche. Su pene contra mi clítoris me pone cachonda. El dolor y el placer se me mezclan. Quiero decir algo pero no me sale nada. Quiero mirar a algún lado  pero no sé dónde.
   Se separa de mí y coge de la mesita de noche una botellita de lo que parece lubricante amarillento. Sin decirme nada, lo abre y se echa un chorro en la boca. Empieza a oler a vainilla. Suspiro su nombre mientras se agacha y deja que el gel se deslice por su lengua hacia los pliegues de mi bizcocho y siga bajando hasta llegar a mi culo. Está caliente y no puedo evitar levantar la cadera para que no siga bajando.
   De repente, Marco me agarra de las nalgas y mete la lengua de mi ano antes de recorrer de un lametón todo el camino hasta el clítoris. Me recorre un escalofrío y repite el proceso lentamente, al ritmo de mis gemidos. Me encanta que lo haga como si fuera un perro pero sin dejar de dominarme. Me aguanta de la cadera con una mano mientras me hace un griego con la lengua. Me acaricia la pepita con la mano libre y la aplasta con el dorso de un dedo para cerrar el bizcocho a la fuerza y tirar de él con un pellizco. Me duele y grito pero su lengua me pone a cien.
-                ¡Para, por favor! –le pido. Sin saber realmente qué quiero y sin poder decirlo a través de la mordaza.
   Mete la lengua hasta el fondo y siento que llego al orgasmo… Pero se para y me quedo a medio camino. Se levanta y coge un enorme dildo que mete en mi culo sin contemplaciones. El dolor que me recorre me hace gritar y llorar. Duele tanto que quiero que me lo quite pero lo aguanta dentro con una rodilla mientras chupa otro enorme consolador y niego con la cabeza. Nunca lo he hecho con dos tíos a la vez y menos con dos consoladores tan grandes.
   Apoya la punta del enorme pene en mi coño y lo va metiendo como le diera vueltas al tornillo. Noto cómo se chocan los dos consoladores y me llenan por completo. Tan abierta como puedo, quiero sacarlos y empujo pero el sátiro mete la pierna de por medio y me tapa la boca y la nariz, dejándome sin respiración. Me falta el aire y noto cómo se me dan de sí el culo y el coño. Lloro y gimo pero me gusta y me restriego contra su pierna, embriagada por el placer que me recorre cuando él empuja más. Lo miro mientras se masturba y me deja respirar un poco; una gota de aire que me deja tomar cuando ya no me queda nada.
-                Me voy a correr dentro de ti, Mine –me dice, amenazante, a la vez que deja caer saliva sobre su glande y la moja bien.
-                No va a caber –quiero decirle. Pero no puedo respirar ni hablar. Quiero cerrar las piernas pero no puedo
   Apoya la punta sobre el otro consolador y empieza a meterla con cuidado para que quepa todo dentro. Ya no me duele. Sólo puedo sentir un calor que me derrite todo el cuerpo.
   Me suelta las piernas y me las cierra mientras se sienta a horcajadas sobre mí y empieza a soltar nudos y más nudos que liberan mi cuerpo de la presión. Me quita la mordaza mientras me folla y le pido que no lo haga dentro. Levanta mi cuerpo de mantequilla y me besa mientras me tumba sobre él y vuelve a metérmela con tanta fuerza que se me empiezan a salir los consoladores. Me siento sucia pero me gusta tanto que sólo pienso en correrme mientras le pido: Dentro no,  dentro no. Tengo demasiado miedo a quedarme embarazada. No me siento preparada.
-                Marco, por favor…
   Y llego al orgasmo. El maldito segundo de gloria del cual no puedo prescindir. No sabe para nada como el que he tenido con Julio. Es frío y cadente de emociones reales; de calor.
   Cuando noto que él va a correrse lo aparto de un empujón con la fuerza que nunca uso y me pinta todo el torso con su crema. Me salpica la cara como si fuera una manguera fuera de control y las sábanas oscuras se vuelven pegajosas.
-                ¿Qué te ha parecido? –me pregunta.
-                Que eres un imbécil. –Yo no quiero esto. No quiero sólo sexo. Me levanto y me visto sin limpiarme. Quiero irme a casa.
-                ¿Qué? –se extraña.− Pero si he visto en tu cara que te ha gustado –me sigue hasta la puerta.
-                Tú no me aprecias para nada, ¿verdad? Tú mismo lo has dicho. Llámame tonta pero necesito alguien a quien quiera y que me quiera, Marco… Y mientras pueda verte no podrá buscar eso.
-                Vale, entiendo. –Una de las pocas cosas que me gustan de él es que no es idiota. Sabe comprenderme.− Vete y vive una vida normal.
-                Gracias. –Y abro la puerta.
-                Pero… −y me coge del brazo. Se agacha lo suficiente como para apoyar su aliento en mi cuello.− Recuerda que cuando ya no tengas nada, yo seguiré aquí. Con el tiempo aprenderás que nosotros no somos humanos; no tenemos la opción de elegir nuestro futuro.

El leve frío de otoño me recorre las piernas mientras corro hacia mi casa. Lejos del sátiro, lejos de ese “yo” que me aterra,… Lejos de todo lo que no quiero ser.

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