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martes, 19 de marzo de 2013

Capítulo X.- El fabricante


Dispuesta a ser como un ave fénix y renacer de mis cenizas, he empezado a saltarme las clases de mitología, a no ver a Julio. Marco parece comprenderme y ni me llama ni me habla en el grupo de Sex-adictos. De momento, llevo casi un mes de sequía y me he cansado de mis juguetes, como me solía pasar antes de conocer a esos dos. Estaba con tíos, fingía el orgasmo y después me masturbaba para desahogarme. Por el momento, como he decidido olvidarme de los hombres, me “fapeo” (como se dice ahora en internet) y listo.
   Gracias a volver a mi rutina normal, he venido a mi “juguetería” favorita. Normalmente habría venido a finales de mes pero el mes pasado ya no vine así que no está mal adelantarse. Supongo que habrá algo nuevo que comprar. ESPERO que haya algo nuevo.


Entro en la tienda y echo una ojeada. Los juguetes expuestos son parecidos a los de siempre pero de nuevos materiales, nuevos colores. Como novedad para “principiantes” hay un set de body painting que por 5 euros más incluye un libro de “ideas”. Puede que me lo compre para la próxima fiesta de pijamas.
-                ¿Hola? –saludo al no ver a nadie en el mostrador.
   Entonces el dependiente se asoma con un maniquí bajo el brazo y un conjunto de látex en la otra mano. Desde la última vez que vine, parece que ha decidido teñirse el pelo otra vez para dejárselo rojo sangre con mechones de su color negro natural (creo, nunca lo he visto más de una vez con el mismo color). En contraposición con sus ojos azules, lleva una lente verde como la piel de una lima. También lleva la línea de los ojos en perfecto negro y las uñas en blanco y negro alternando. Me encanta su forma de vestir: las cadenas, las camisetas negras de siluetas porno, la correa de perro en su cuello,… Casi podría decir que considero a Cosme como mi segunda mejor amiga.
-                Minerva, guapa –se alegra de verme.− Casi creía que este mes no me vendría la regla –bromea.
-                Ja-ja, qué gracioso.
-                ¿Lo de siempre? Tengo condones de nuevas texturas –me ofrece antes de colocar bien el maniquí y dejar el conjunto bajo el mostrador.
-                Paso pero gracias. Estoy con el celibato auto-impuesto –le explico. Silvia no entendería mi forma de actuar si le explicara.
-                ¡Buf! –silva.− ¿Y eso? –Me acerco al mostrador y dejo el bolso encima. Hay un conjunto de encaje que me gusta y miro los lubricantes de sabores. Quiero volver a casa con montones de cosas nuevas (me da igual si suena materialista, consumista o lo que sea).
-                ¿Puedo probármelo? –le pregunto. Cosme siempre sabe qué me interesa de la tienda, qué he visto.
-                Ahora te doy tu talla –me sonríe. Poder hablar con un hombre como él me encanta porque es agradable y no siento la necesidad de tirármelo porque sé que no le interesan las mujeres. Puede que no me lo haya dicho exactamente pero podría decirse que se nota. Nunca me ha mirado las tetas o el culo.
   Se va un momento y yo me voy al probador. Dejo el bolso colgado y me desnudo a la espera del conjunto. Aunque no espero nada porque en seguida me lo pasa sin abrir la cortina.
-                Gracias –le digo antes de empezar a ponerme el tanga rojo sobre el mío y el sujetador de apertura frontal.
-                Aún no me has dicho por qué pasas de los hombres –me achucha un poco.
-                Buena forma de decirlo –me rio. Tengo que acortar un poco los tirantes.
-                ¿Y bien? ¿Un mal novio?
-                Malos amantes –respondo.
-                ¡Vaya! ¿He entendido bien un plural?
-                Desgraciadamente sí. Dos amigos. Para tener sexo no están mal pero quiero algo más. Ahora no me digas que es un tópico.
-                Yo a eso lo llamo madurar –me comprende.− El sexo por diversión está bien pero es mejor estar con alguien con quien puedas ver una peli, pasear,…
-                ¡Eso es lo que yo quiero! –y abro la cortina. No estoy convencida del todo con el conjunto. Lo cojo de las manos.− Sabía que podía hablar contigo.
   Me sonríe y aprieta sus dedos con los míos. Es tan agradable hablar con un hombre que no se me quede mirando…
-                Si querías hablar no hacía falta que vinieras a comprar, mujer –me hace saber.
-                Me gusta comprar en tu tienda. –Y es verdad.− Por cierto, ¿no se me ve el culo gordo con este tanga? –le pregunto mientras me lo mira detenidamente.
-                Te queda perfecto; pero en  naranja te quedaría mejor –opina antes de igualarme los tirantes. Sus dedos en mi espalda son cálidos y amigables, sin dobles intenciones.
-                Entonces me lo llevaré en naranja –le sonrío mientras me desabrocho el sostén y él cierra la cortina de nuevo.
   Rápidamente salgo vestida de nuevo y miro los productos que me ha preparado en el mostrador. Entre los consoladores diversos, hay algunas cremas, el set de body painting y otros aceites.
-                Para ti –me regala una piruleta en forma de pene, y me rio antes de metérmela en la boca.− Creí que te daría vergüenza. Qué lástima –se apena, pícaro.
-                Para nada. ¿Te da vergüenza a ti? –bromeo mientras me la paso por la lengua de la forma más sexual sé.
-                Eso es una crueldad muy grave –me riñe de coña antes de quitarme la piruleta de la boca y comérsela él.− Esto es lo que tengo que te puede interesar.
-                Enséñame, maestro –me acomodo con los codos en el mostrador.
-                Si me pagas lo suficiente, a lo mejor te doy clases particulares –insinúa, y me rio. Echaba de menos mi “vida normal”.
-                A lo mejor me lo pienso…
-                Este es un nuevo consolador que me han traído –me indica. Parece de silicona y es todo lo contrario a uno realista.− Tiene estimulador clitoriano y varias velocidades y modos. Gira, serpentea,… Supongo que ya te haces una idea.
-                Sí, casi podría exponerlo en casa como si fuera una escultura moderna –sugiero de broma.− A la cesta con él.
-                Eres mi ángel de la guarda –me hace un cumplido.
-                Que va…
 -               Con lo que te gastas en mi tienda he podido comprarme una moto.
-                ¿Así te gastas mi dinero? –le golpeo con suavidad un hombro.
-                Bueno, sigamos. ¿Bolas anales? –me señala las que tiene.
-                Son muy parecidas a las que tengo. ¿No tienes bolas chinas? Quiero jubilar las mías. –Las tengo desde que tenía diecisiete así que ya va siendo hora.
-                Luego te las enseño. Primero llévate un set de body painting –me pone ojitos.
-                Me llevaré cuatro para mis amigas. El mío sin libro. Prefiero que me enseñes tú –le doy un golpecito con el codo.
-                Hecho. –Sin pensárselo dos veces, abre uno de los paquetes y saca el tubo de fresa.− Dame la mano. –Se la doy y me dibuja una elaboradísima rosa en el dorso de la mano.
-                Eres todo un artista –lo alabo.
-                Debería haberme dedicado a la pintura sobre piel –se cachondea antes de lamer el dibujo y hacerlo desaparecer. Su lengua me provoca un estallido en las entrañas que me sacude por dentro. Tiene pinta de saber dar mucho placer.
-                Y ahora estarías rodeado de modelos desnudas haciendo cola para que pintaras sobre ellas.
-                Cierto. Qué lástima. −¿Y eso?− Ahora tú –me ofrece el bote de fruta de la pasión y su mano.
-                Soy muy mala dibujando –admito.
-                Hazme una margarita o un corazón. –Sin embargo, dibujo una estrella escuchimizada.
-                Es horrible –me apeno.
-                Lo importante es el juego, Minerva –me explica.− Sigue las líneas con la lengua, haz un chupetón,… − me metí la estrella en la boca para lamer las líneas haciendo una espiral. Bajo mi lengua su mano se movió para guiarme a sus dedos. El sabor a fruta de la pasión era tan profundo que gruñí sin querer.
-                Ups. Lo siento –me disculpé por el ruidito.− Creo que me he dejado llevar.
-                Yo también, perdona. –Espera.
-                Tú no tienes que disculparte por nada, hombre –le sonreí.− Me los llevo seguro.
-                ¿Algún gel de sensaciones? –Es hablar de dinero y cambia de tema tan rápido como se cambia de color el pelo.
-                Ponme uno de cada. Si me haces alguna demostración más acabaré atacándote y pasarías un mal rato –me sinceré mientras cogía una bolsa y una cajita de debajo del mostrador.
-                ¿Por qué pasaría un mal rato? –me pregunta, curioso.
-                Bueno, ya sabes… ¿Qué es eso?
-                Un regalo por ser la clienta que más ha gastado en los últimos meses –y me lo da.
   Abro la cajita con cuidado y de dentro saco unas bolas chinas de color rosa con estrías. Son muy ligeras y tienen la correa un poco más larga que las que he visto por internet. Las dos bolas tienen los contrapesos dentro y en cuanto las muevo se zarandean con una vibración natural que hace que quiera ponérmelas. La unión es un poco más larga también, casi imperceptible.
-                Son muy cucas –jugueteo con ellas.− No puedes regalármelas.
-                Ya lo he hecho. Espera un momento que te hago la cuenta.
   Antes de que pueda rechistar, mi móvil vibra en mi bolso y miro el mensaje de Silvia: SOS XAM DE MITO.
-                ¿Una amiga? –me pregunta Cosme.
-                Sí, quiere que la ayude con un examen y tendré que estudiar yo también.
-                Entonces no te entretengo más… 263’25, guapa. –Parece contentísimo. Lo tengo muy consentido.
-                ¡Menuda puñalada! –me rio.− ¿Cuándo has dicho que te comprarás otra moto?
-                A este ritmo puede que para navidades. ¿Cuándo has dicho que vuelves? –sigue con la broma.− Mándame alguna amiga que esté bien buena para que la vea en tanga, ¿vale?
-                ¿Amiga? –Ahora mismo estoy confusa.
-                ¡Lo sabía! Crees que soy gay, Minerva. ¿Me equivoco? –se ríe de mí. ¡Trágame tierra!
-                Maldita sea, ¿eres hetero?
-                ¿La Tierra gira alrededor del Sol?
-                ¡Qué vergüenza! ¡Me has engañado por completo! –No sé si enfadarme con él o conmigo.
-                No problem. Me comporto de forma ambigua para que las clientas se sientan cómodas –me explica.− Empezaba a sentirme mal mintiéndote de esta forma, ¿sabes? –Veo en sus ojos que dice la verdad.
-                Pero…
-                Se llama auto-control. Aunque admito que me ha costado lo mío cuando te has quitado el sujetador. –Nooooooo. ¡Calla, calla!
-                Mierda.
-                Piensa en las bolas como una compensación.
-                Podrías haberme dicho que eres hetero antes de que me desnudara, ¿no? –le riño mientras cojo la bolsita.− Eres como un vampiro chupa-dinero.
-                ¿Te has enfadado?
-                Me has hecho chupar una piruleta en forma de pene, pervertido. –Me estoy enfadando pero sin motivo. Creo que prefiero tomarla con él y no pensar que he sido tonta.
-                Y hace un par de meses te vendí unos cubre-pezones y te ayudé a ponértelos –me recuerda. Sale de detrás del mostrador y puedo ver su erección debajo de los pantalones de pitillo verde lima.− ¿Me perdonas? –se burla mientras se arrodilla y me agarra de los tobillos.
-                ¡Para! ¡Qué llevo falda! –contengo la risa.
-                No dejes de ser mi regla por favor –me suplica sin soltarme antes de besarme los zapatos.
-                ¡Cosme, por favor! –No puedo. Estoy hasta llorando de la risa.
-                Te quiero, Minerva. Eres mi mejor amiga. –Estas palabras resuenan en mi cabeza y me hacen un guru-guru en el estómago de lo más cálido y reconfortante.
-                Y yo a ti. Eres mi mejor amigo aunque me hayas estado engañando como a una pardilla –confieso mientras me pongo en cuclillas.
-                Ven a verme cuando quieras. No hace falta que compres. –Cuando se pone serio está muy mono. Demasiado…
-                Eso haré. Hasta pronto.

-                ¿Y dices que el presunto dependiente gay de tu “juguetería” favorita es heterosexual? –se sorprende Silvia, indignada.− ¿Por qué no lo has mandado a la mierda?
-                Digamos que somos muy parecidos, ¿vale? Lo conozco desde hace casi un año y medio y… Bueno… Ya sabes. Yo en su lugar habría hecho lo mismo y ha sido divertido. Sigue siendo divertido y me ha regalado unas bolas chinas que son impresionantes.
-                ¿Las llevas? –se sorprende mi amiga. Lo bueno de Silvia es que no es de las que insisten en los temas hasta la saciedad. A lo mejor hace eso porque no me comprende y prefiere que no me entere.
-                Por supuesto. Son tan cómodas. Parecen hechas para mí…
-                Por cierto, pasado mañana haré una cena en casa de Dani. ¿Vendrás? –me suelta como quien no quiere la cosa.
-                ¿Cómo voy a perderme tu cumpleaños, tonta? –¡Mierda! No tengo un regalo.
-                Perfecto –sonríe ampliamente.

A las nueve de la noche, estoy corriendo como una loca hacia la tienda de Cosme. Debería haberle pedido hace tiempo una tarjeta con el número o su número personal pero nunca se me ha ocurrido. Dani, el novio de Silvia, me ha dicho más de una vez que le gustaría que ella se atreviera a usar los mismos “juguetes” que yo. ¡Tengo una idea!
-                ¡Buenas tardes! –saludo al entrar. Respiro profundamente pero no puedo contener los jadeos. Las bolas chinas aún están removidas bajo la falda.
-                ¡Vaya! ¿Tanto me echabas de menos? –se cachondea. No tengo los pulmones para responderle.  Y pensar que he corrido como una loca esperando que no estuviera ya cerrado… En el horario de la puerta pone de 17:30 a 21:30.
-                Necesito otras bolas chinas, Cosme. –Mañana a lo mejor no le quedan de este modelo y no quiero comprar otro. Este es perfecto. Tiene que ser este.
-                No tengo. –y me ofrece una botella de agua. Mierda.
-                ¿Puedes tener unas para pasado mañana? Son para un regalo –respiro con dificultades. Las bolas se me resbalan de lo mojada que estoy. Tanto correr ha hecho que vibraran como locas.
-                Podría pero…
-                Puedo pagarte más –insisto.− Es muy urgente.
-                ¿Por qué no te llevas otras? –Ante la pregunta, miro sus ojos y veo su curiosidad. Casi sin darme cuenta he estado apoyada en él desde que me ha dado la botella.
-                Bueno… Estas son perfectas –admito, y se le ilumina la cara.− Pero si no puedes…
-                No, no. Espera –me sonríe.− La verdad es que te he mentido sobre las bolas. –A veces no entiendo a este chico (no creo que llegue a los treinta).
-                ¿Tienes más? Deberías quitarte esa manía de mentir que tienes. –Y es verdad.
-                No exactamente… −Parece que no quiere decírmelo. A lo mejor tiene miedo de que me enfade.− Lo cierto es que no están a la venta en ninguna parte. El fabricante soy yo.
-                ¿Qué? –No puedo creérmelo.− ¿Llevo un juguete casero que no ha pasado control de calidad? ¿Me estás diciendo eso? −¿Me enfado con él? ¿Cómo voy a enfadarme si son tan cómodas? Me siento como si fuera un conejillo de indias.
-                No tienen fallos y no te harán daño ni nada. –Pretende calmarme cogiéndome de las manos.− ¿Has dicho que las llevas? ¿Desde cuándo? –Ahora le pica la curiosidad. Me mira la cara fijamente y parece sentir el repentino calor de mi cuerpo.
-                Desde esta mañana. Nada más llegar a casa las he lavado y me las he puesto. ¿Por qué? –Tiene unas manos tan grandes… ¿Por qué me ha dicho que es hetero? Debería haber seguido con la mentira.
-                Mmmm… −Sé lo que está pensando.
-                Mejor no te pregunto qué piensas.
-                Tengo una idea, Minerva. −¿Será el único del planeta que me llame así? La mayoría me llaman Mine a los tres segundos.
-                Miedo me da.
-                Tú quieres unas bolas chinas para una amiga. –Gesticula bastante. Parece incapaz de estarse quieto.
-                Sí.
-                Tienen que ser las que hago yo –sonríe como un niño con un juguete nuevo. Tiene que ser bonito que elogien algo que haces.
-                Sí. Ya te he dicho que son perfectas. –Se le vuelve a iluminar la cara. Qué mono.
-                Yo quiero hacer unas pruebas con las bolas antes de venderlas a una empresa… Ayúdame con las pruebas y te hago las bolas para tu amiga –me propone.
-                Por mí vale –respondo sin dudar. Las pruebas no pueden ser complicadas, ¿verdad?
-                Espera que cierro y subimos –se ilusiona.
   Casi dando saltitos, coge las llaves de debajo del mostrador y cierra la puerta de la tienda. Se las guarda en el bolsillo y me coge de la mano para llevarme por las escaleras de la trastienda hasta un estudio pequeño y moderno a tonos oscuros. A primera vista todo parece bastante limpio y cómodo. Parece un lugar decorado a base de “lo más cómodo”, sin importar el estilo.
-                No te puedes quejar de la distancia entre tu casa y el trabajo –es lo único que se me ocurre. Bajo el diafragma siento el nerviosismo de no saber qué va a pedirme Cosme.
-                Desnúdate y ponte cómoda –me insta mientras rebusca entre los cajones de un escritorio sacado de un aula de cuando mis padres iban al colegio. Coge una libreta y un bolígrafo y se sienta al revés para mirarme y apoyarse en el respaldo de la silla con ruedas.
-                ¿Podrías no mirarme? –le pido. Me da vergüenza.
-                ¿Lo dices en serio? ¿Quién eres y que has hecho con mi amiga? –me toma el pelo.
-                Es que ahora no llevo ropa interior decente –le explico. ¿Por qué me habré duchado y puesto el conjunto rosa con un osito estampado? Debería haber tirado este conjunto hace años.
-                No me importa, no voy a juzgarte –sigue observándome. No va a girarse.
   Dejo el bolso sobre la mesa del comedor y me pongo frente al sofá de vinilo negro. La silla le permite girar y seguirme con la mirada sin esfuerzo. Si llevara una cámara, me sentiría como si estuviéramos grabando un video de porno amateur.
   Tiro del suéter de punto y me lo saco del revés. La pinza con la que llevo recogido el pelo se me suelta un poco y algunos mechones rebeldes me tapan media cara. Normalmente me lo soltaría pero no quiero dar nada a entender. Llevo tanto tiempo sin que me mire un hombre… Su mirada va directa a mi sujetador pero no se ríe; ni se inmuta. Mejor así.
-                 Déjate los calentadores –me pide cuando ve que voy a sentarme. Así que desabrocho mi falda y la dejo caer.
   Empujo mis zapatos con los pies para quitármelos y me abrazo ante la profundidad de su mirada. Tengo un nudo en el pecho que me insta a lanzarme sobre él. La ménade araña mi útero para que la deje salir y aplasta la cara contra las mirillas de mis ojos para poder ver mejor a su presa… Quisiera pedirle que me atara, que me pusiera grilletes; pero sería raro, muy raro.
-                ¿Y ahora qué? –me tiembla la voz.
-                Ese conjunto… Fuera –gruñe con una voz ronca y profunda que hace ronronear a la pantera. Me desea, lo sé. Ella lo sabe también. Echaba de menos esta sensación.
   Trago saliva y me pongo de espaldas para quitarme el sostén. Hay tanto silencio que no me siento cómoda, para nada. Cierro los ojos y aprieto los labios. No, no salgas. Puedo hacer esto. Me lo prometí a mí misma, maldita sea.
   De repente, empieza a sonar una versión acústica de You, de The Pretty Reckless. A mí también me gusta este grupo. Respiro hondo y dejo caer el sujetador sobre la mesa; después, me quito las braguitas rosadas y las dejo sobre el sujetador. Están tan mojadas que me da vergüenza que las mire.
-                Eres muy guapa, ¿lo sabías? –me dice Cosme, y lo miro por encima de mi hombro.− Gírate para que te vea bien –y eso hago. Siempre me ha puesto cachonda que me dominen, por poco feminista que suene. Es algo más fuerte que yo. Me gusta complacer y que me premien con más placer. Aun así, todo en su punto justo.
   Se saca del bolsillo un mando rosa como las bolas, cuya cuerda cuelga entre mis muslos. Aprieta un botón y empiezan a vibrar… Joder. Instintivamente aprieto los muslos y me cierro de piernas, completamente expuesta y con las manos a ambos lados de mi cuerpo.
-                Tenías razón. Tengo que quitarme la manía de mentirte –se apena, y me doy cuenta de que no es un botón, sino un regulador. Sube un poco más la intensidad y suelto un jadeo. Las vibraciones me sacuden por dentro y las bolas me pesan más. Tengo muchísimas ganas de tocarme…− No lo hagas –me ordena cuando ve que me acaricio.− Siéntate y pon los pies sobre la mesa. Cógete las manos a la espalda.
   Hago lo que me pide y me siento como si estuviera en el ginecólogo. No aparta los ojos de la cuerda y regula la velocidad con mis contoneos. Poco a poco siento cómo se me acelera el pulso y se me calientan las orejas y toda la cara de la excitación. Quiero más, dame más. Me muerdo el labio y aprieta otro botón que hace girar cada bola hacia un lado y me arranca un gemido.
-                Eres tan receptiva, Minerva. –Noo… No digas mi nombre así. No necesito mirar para saber que estás cachondo y que quieres follarme.− Dime lo que quieres.
-                Más –le pido, y las bolas aumentan su velocidad.− Así… −Lo miro y me mira las tetas, con los pezones duros y sedientos de su lengua. El hormigueo constante en mi coño me hace jadear y sudar; como si estuviera a punto de correrme pero sin poder, a falta de un empujón.
-                Mírate. Estás mojando todo el sofá… −se deleita mientras juguetea con el mando y suelto un gritito.
-                Deja que me toque –le suplico.
-                De eso nada. Quiero saber si puedes correrte sólo con las bolas –me explica pausadamente, con la voz grave y cargada de lujuria contenida. Tiene tantas ganas como yo y es capaz de controlarse… Cómo lo envidio.− Muévete, ponte cómoda,… Sólo no te toques, por favor.
   Impaciente, me pongo de rodillas en el sofá, de espaldas a él. Me agarro del respaldo y restriego mis pezones contra el vinilo, bien abierta de piernas y aguantando el peso de las bolas. Sin poder evitarlo, muevo las caderas como si me estuviera follando, como si lo tuviera dentro de mí. Cierro los ojos y gimo mientras lo imagino acariciándome, besándome el cuello,…
-                Más. Dame más –pido, y siento la potencia máxima de las bolas meneándose dentro de mí y haciéndome chorrear cada vez que chocan contra mi punto G.
-                Venga, Minerva… −me pide, y lo miro suplicante. Si sólo me acariciara un poco llegaría al clímax en seguida. Se me convulsionan los labios. El bizcochito está hambriento de crema. Lo quiero, lo deseo. El corazón me va a mil por hora.
-                Voy a estallar –grito en un gemido, a las puertas del Paraíso.
   Antes de que diga algo más, se levanta de la silla, duro como una piedra, y se acerca a mí. Estoy tan ansiosa que no paro de pedirle por favor. Quiero correrme, lo necesito. Esta ansia me está matando.
   Se sienta en la mesa y me mira el culo. Deja el mando a su lado y mete el dedo en la correa de las bolas. Baja el dedo hasta el borde y deja que note el peso de su mano con el de las bolas. Tira lentamente de ellas y me vuelvo loca. Cada vez jadeo más, gimo más. Quiero correrme pero no quiero que pare. Me encanta esto. La bola se contonea en la entrada y me abre más, me hace chorrear más.
-                ¡Cosme! –gimo su nombre, y agarra la cuerda con la mano para tirar con más fuerza.
   De repente, acaricia mi clítoris con la punta de la correa y estallo delante él. El orgasmo me invade como una ola y grito como una loca. No quiero que pare. ¡Qué bueno! Sin darme tiempo a acabar tira de la correa con fuerza y me arranca las bolas de dentro, lanzándome en picado a otro tsunami que me desborda por dentro y deja salir toda mi humedad. Me tiemblan las piernas y me desmorono sobre el respaldo del sofá aun corriéndome, sin saber diferenciar el primero del segundo.
   Aliviada, noto a la ménade disfrutando como una loca de mi placer y olvidándose de devorar a Cosme. Aun con espasmos, potentes como nunca, lo miro de nuevo y veo una sonrisa en su cara que hace que me avergüence.
-                Joder… −silva, con las bolas colgando de sus dedos.− ¿He contado dos? Han sido muy seguidos.
-                No me mires… −le pido, con las mejillas ardiendo y cerrando los ojos.− Lo siento… Tu sofá.
-                Se puede limpiar. Lo has hecho…
   Y se calla. Me recompongo y me siento correctamente para mirarlo. Se ha puesto serio otra vez pero no puedo dejar de pensar en que quiero desnudarlo. Quiero más… Soy demasiado golosa.
-                ¿Pasa algo? ¿He hecho algo mal? –me preocupo, apoyando una mano en su pierna.
   Se levanta de sopetón y se aparta de mí, como si notara a la ménade de mi interior y huyera de ella. No puedo evitar que se me salten las lágrimas.
-                Lo siento –lloro.− No debería haberte pedido otras bolas. Perdóname.
   ¿Por qué siempre me pasan estas cosas a mí? Estoy gafada. Alguien me ha echado un mal de ojo o algo, seguro. ¿Por qué me tiene miedo? No le he hecho daño, ¿verdad? Me visto a toda prisa y envuelvo las bolas sobre la mesa con un par de pañuelos antes de meterlas en el bolso y colgármelo al hombro.
-                No, no –me corta el paso cuando voy a irme. ¿Se me habrán salido las garras o los colmillos? No me mires así.− Sal conmigo –se atropella con su propia lengua.
-                ¿Qué? ¿Qué dices? No vuelvas a mentirme –me enfado. ¿Se cree que soy idiota?
-                Perdona si te he asustado pero no quería hacerte nada –medio tartamudea, sujetándome de las muñecas.− He tenido un impulso y quería controlarlo. ¿Te he asustado?
-                Creía…
-                Eres perfecta. Lo has hecho perfectamente –se ilusiona, embobado con el hilo de saliva que se me cae por las comisuras de los labios.
-                Sabes que hace poco he acabado dos relaciones de ese tipo –le reprimo, sin soltarme.
-                Yo no quiero eso. Nos llevamos muy bien. Cena conmigo mañana y te daré las bolas para tu amiga… Dame una oportunidad, Minerva. –Habla demasiado rápido, con desesperación. ¿Lo habré intoxicado? Es verdad que siempre nos hemos llevado bien pero…− Puedo prometerte que si salimos juntos no habrá sexo durante el tiempo que me digas.
-                ¿Qué? −¿De verdad es un hombre? Me está hablando de celibato en pareja con una erección de caballo apuntándome.
-                En serio –y me suelta las muñecas.− ¿Cuánto tiempo quieres? ¿Un mes? ¿Hasta que acabes este curso en la facultad? Tú dime y te aseguro que no haremos nada.
-                ¿Sabes lo que estás diciendo? –le pregunto. Me está diciendo que si quiero seremos pareja y no tendremos sexo hasta junio, hasta dentro de casi siete meses.
-                Bueno… A lo mejor te besaré y te abrazaré un poco… No me importa que te masturbes y si quieres yo no lo haré. Si quieres//
-                ¡Para! ¡Cosme! ¡No te embales! –le interrumpo, agarrándole la cara entre mis manos. La aspereza de una barba incipiente me ablanda. Cómo quisiera que me dejara la piel roja a base de acariciarme.
-                Vale… −inspira profundamente.− Perdona. Sé que no es el momento ni el lugar pero//
-                ¡Calla! Por favor. Hablas más que una cotorra.
   Me mira fijamente y lo suelto con una sonrisa en los labios. ¿De verdad harías eso por mí?, quiero decirle.
-                Mañana cenamos, ¿vale? Hasta entonces, cálmate y piensa bien lo que me dices –le pido mientras cojo su bloc de notas y apunto mi número.− Dime el lugar por whatsapp, si quieres.
   Y, antes de marcharme, le doy un beso en la áspera mejilla y aspiro en profundidad su colonia, Playboy Miami, creo.

Aún no estoy muy segura de esto. ¿Salir? ¿Cómo una pareja normal? Estoy empezando a arrepentirme de llevar las bolas puestas; pero es que son tan cómodas…
-                ¡Minerva, guapa! –se alegra de verme Cosme mientras se quita el casco de la moto. Ha tenido tiempo de pensar, creo. Veinticuatro horas para arrepentirse de lo que me propuso.− Perdóname por obligarte a esto –se disculpa mientras me acerca a él y me besa ambas mejillas a modo de saludo. Me ha pillado un poco desprevenida.
-                Si me obligaras no hubiera venido. No me gusta que me obliguen.
-                Discrepo, pero bueno –me sonríe mientras me ofrece el brazo. Suerte que he buscado el nombre del restaurante en internet, el “Pla”, y he decidido ponerme un vestido más o menos formal, de esos que Silvia llama “mírame y hablemos un rato”, picante pero sin llegar a parecer desesperada.
-                ¿Seguro que quieres cenar aquí? –me aseguro, si me va a decir que ayer se precipitó prefiero que no sea en un lugar como este.
-                Ya tengo la reserva y quiero darte una cita como Dios manda –se expresa. No me había fijado en que va con camisa gris perla y pantalón negro con zapatos a juego. Ahora parece mucho más mayor. Además, no lleva la lente verde ni maquillaje. Es otro hombre y hoy tiene más barba.
-                ¿Cuántos años tienes? –pregunto mientras me ofrece asiento y se sitúa al otro lado de la mesa.
-                Veinticinco, ¿por qué? –Espera. Ha dicho cita. ¡Tengo una cita! ¿Cuánto hacía que no salía como las personas normales?
-                Gracias por invitarme –intento reprimir en vano una sonrisa. Ya noto los nervios bajo el pecho…
-                Creo que no seguimos el mismo ritmo en la conversación –se ríe.− Segundo intento: un placer, Minerva. ¿Cómo te fue el examen?
-                Bien, gracias. ¿Has vendido mucho? –Puedo hablar con él como siempre, sin pensar en// No. NO. Calla, tonta.
-                Más o menos lo de siempre. Estaba demasiado nervioso para prestarles atención a los clientes. –Cuando se pone serio es otra persona… Y me gusta. Me gusta ver esta cara de él que normalmente una clienta no podría.
-                ¿Ah, sí? Yo ahora me estoy poniendo nerviosa. –Y se ríe de nuevo antes de apartarse y dejar al camarero poner los platos sobre la mesa.− ¿Cuándo…?
-                Tengo un amigo y ya está todo pedido. Espero que todo te guste. –A mis ojos, lo que tengo delante es una ensalada. No soy muy refinada en cuanto a comida pero le sonrío.− Olvidé preguntarte si eras alérgica a algo –cae en la cuenta.
-                No soy alérgica a ningún alimento, tranquilo. −¿Cómo decirle que a mí estas enfermedades humanas no me afectan?
-                Ok –suspira de alivio. Creo que voy a darle un empujón a la conversación.
-                Así que te gusta The Pretty Reckless
-                Ah, sí. No creí que conocieras el grupo –me sonríe. La verdad es que Cosme sonríe mucho. Es muy alegre en general.
-                Pues sí. Tengo el CD en casa.
-                ¿Qué música te gusta? –Creo que va a interrogarme.
-                De todo, creo. No suelo tener artistas favoritos. Sólo canciones.
-                ¿Te gusta bailar?
-                ¿Vas a llevarme a bailar? –decido cambiar de tema. No me gusta mucho que me interroguen.
-                Puede –sonríe de medio lado, pícaro.
-                Se me hace raro verte sin la parafernalia normal, la verdad.
-                Quería que me vieras a mí, no a mi ropa.
-                Entonces lo has conseguido. Me gustan tus ojos.
-                Para… −se avergüenza. Se le tensa la mandíbula en una sonrisa tonta de timidez.
-                ¿Por qué?
-                Eres demasiado sincera.
-                Suelo decir lo que pienso.
-                ¿Todo?
-                Casi todo.
-                ¿Debería preocuparme lo que no dices?
-                Puede… −le saco la lengua.
-                ¿Cómo lo haces?
-                ¿El qué?
-                Atraerme tanto. No puedo dejar de pensar que quiero estar contigo.
-                Para…
-                ¿Te da vergüenza que yo sea sincero ahora?
-                Estás jugando sucio. –Siento debilidad ante sus palabras. No estoy acostumbrada a que me digan cosas bonitas.
-                Sólo intento… Ya sabes. ¿Por qué tengo que darte explicaciones?
-                Porque no puedes estar tan interesado en alguien de la noche a la mañana.
-                ¿No crees en los flechazos?
-                Lo dices como si estuvieras enamorado de mí –lo acuso.
-                ¿Y si así fuera? –Me quedo muda, sin respiración.− ¿Minerva?
-                No digas eso.
-                ¿Sería muy chocante si te digo que llevo observándote desde que entraste en mi tienda? ¿Serías capaz de creerme?
-                Es difícil. No estoy acostumbrada a que me digan estas cosas.
-                ¿Quién lo está? –bromea.
-                Esto no es como las películas, ¿sabes? No puedo darte una respuesta.
-                Sólo te he preguntado si me crees cuando te digo que te quiero. −¡Por Dioniso! ¿Cómo ha podido decirme eso? El corazón se me ha subido a la garganta.
-                Te creo.
-                Gracias. –Y se hace un silencio que quiero romper. Llega el segundo plato y hago de tripas corazón.
-                ¿Quieres que te diga si siento algo por ti, Cosme?
-                ¿Soy muy impaciente?
-                La verdad… Es que siempre he creído que eras gay y…
-                Ya, me lo imagino. No te preocupes… ¿Quieres que me vaya? Si quieres, puedo desaparecer.
   Pensar en no tener a Cosme en mi vida me duele. ¿Por qué? Hasta ahora he estado con Marco, con Julio y con otros tíos; y no me he parado a pensar en este hombre. Este hombre me mira y me ve como soy… ¿Qué puedo decirle?
   Sin decir nada más, se levanta y se marcha, dejando una caja con las bolas para Silvia, de color verde. Habla con un camarero para pagar la cena y sale a la calle. ¡Mierda!
-                ¡Cosme! –lo llamo cuando salgo corriendo tras él. ¿Por qué no dejo que se vaya? Es tan extraño… Sé que lo ha hecho a posta para ponerme a prueba. Esto no se parece en nada a lo que sentía por Julio, es más como lo que mis genes sienten por Marco. Sin embargo, no estoy obligada a sentir esto.− Creo que me gustas –confieso en un susurro, y en su cara se mezclan la confusión y la alegría. Mi corazón se acelera y su sonrisa se transforma en una de triunfo.
   Si lo pienso, siempre he estado mirándolo, pensando en que quería un hombre como él. Siempre he imaginado a mi hombre ideal con el carácter de Cosme, con su alegría. Siempre he deseado un hombre que me diga cosas bonitas y que quiera salir a cenar conmigo, que quiera ir al cine y pasear…. Y lo tengo delante.
-                Dime lo que quiero oír, Minerva –me pide, atrapada por las caderas y aprisionada contra su pecho.
-                Te… quiero –digo pausadamente, y siento que me quedo sin respiración, que me ahogo. Soy incapaz de respirar contra su beso apasionado.

Atravesamos la puerta de mi piso como un torbellino de deseo. Tiramos de nuestras chaquetas y las dejamos en el suelo. Cosme cierra la puerta de una patada y sube mis piernas a su cintura para llevarme a mi habitación mientras baja la cremallera de mi vestido. Una parte de mí me dice que habíamos dicho algo sobre celibato en pareja, pero simplemente no puedo negarme esto. No puedo intentar ser lo que no soy y quiero que él me acepte tal cual, aunque no le diga que no soy completamente humana. Estoy segura de que no le haré daño. No quiero hacerle daño.
   Entramos en mi cuarto y me deja en el suelo, a los pies de la cama. Empuja los tirantes del vestido y lo deja caer mientras mira mi desnudez. No llevo sostén pero sí el tanga naranja que le compré ayer. No puedo dejar de mirarlo a los ojos. Llevo mucho tiempo queriendo tocar su pelo y enredo mis dedos en los mechones rojos y negros para volver a besarlo mientras se quita la camisa. Botón a botón, nuestras lenguas bailan alocadamente y suelto una de mis manos para desabrocharle el pantalón y meter la mano entre los calzoncillos y su culo, caliente bajo mis caricias.
   De repente, me empuja y reboto contra la cama mientras se deshace de los zapatos y los calcetines. Tira de mis botines y me abre de piernas para arrodillarse en la cama y quitarme las medias. Traga saliva y, ansioso, mete los dedos por dentro de la goma del tanga para bajarlo por mis piernas.
-                ¿Y esto? –sonríe, divertido, cuando se encuentra con la correa de las bolas.
   En vez de responderle, enrosco mis piernas a su cuerpo y tiro de él para notar su peso sobre mí. Está muy caliente y no está ni delgado ni fuerte. Para mí es perfecto. Me pongo malísima con sólo tocar su pecho, su espalda.
-                Lo siento pero vamos a saltarnos los preliminares –gruñe mientras tira de las bolas con fuerza y gimo.− Ayer ya tuvimos suficiente.
   Deja las bolas sobre mi mesita y abre el cajón para sacar el primer condón que pilla. Cómo se nota que me conoce.
   Sin apagar la luz, envaina la espada y me embiste sin compasión para hacerme gritar. Empieza a besarme y no cerramos los ojos mientras nos abrazamos y jadeamos juntos. Nunca he disfrutado tanto de una posición tan simple. Me encanta arañarle la espalda y empujarlo del culo para que me folle más a fondo, con más fuerza. No quiero contenerme. Estoy harta de aguantarme los orgasmos.
   Le clavo las uñas en el culo y gimo contra su lengua mientras me corro y Cosme bebe de mis gritos. Mi cuerpo se convierte en gelatina y tira de una de mis piernas para ponérsela en el hombro y clavármela más hondo y con más fuerza.
-                Te quiero, guapa –me adora y se me acelera más el pulso mientras se incorpora un poco y tiro de sus pezones poco a poco.
-                Cosme, me encanta –logro decirle entre jadeos cuando me junta las piernas y me pone de lado.
-                Qué culo que tienes –me alaba mientras me lo agarra y me folla. Cómo lo echaba de menos. Qué ganas tenía.
-                No pares. ¡Me corro! –grito de nuevo entre sus manos mientras me quedo boca abajo y me pone a cuatro patas. Me abre las nalgas con las manos y el dolor de su punta contra la entrada de mi útero se mezcla con mi orgasmo y babeo sobre el edredón.
   Más rápido. Más rápido. Me agarra las tetas mientras noto su peso sobre mí. Cuando un hombre quiere correrse, noto que se acelera y a veces hasta le tiembla la polla.
-                Déjame a mí –le pido mientras me incorporo y tiro de él para tumbarlo y montarlo a mi gusto.
   Me pongo en cuclillas y sé que esto me va a cansar, pero que también me va a dar a fondo y que le va a encantar. Se la aguanto bien tiesa y me la meto entera sin darle tiempo a respirar. Empiezo a botar sobre él mientras me ayuda un poco agarrándome las piernas.
-                Sigue así, Minerva. Fóllame bien –me pide con una voz gutural y sexy que me vuelve loca y me embriaga.
-                Córrete para mí –le pido mientras boto y noto cómo choca contra mi útero con cada embestida.− Lléname, Cosme.
   Sube las manos a mi culo y tira de mí de forma que me hace clavar las rodillas en el colchón y subir los pies a sus muslos para moverme adelante y atrás como él quiere. Se mueve debajo de mí y pillamos el ritmo que desea mientras desliza las manos por mi espalda y me acerca a él para que mis pezones rocen contra su pecho. Lo beso y ronronea como un tigre en celo bajo mis caderas.
   Nunca había notado tantas cosquillas con un simple beso. Noto que me tiemblas las piernas y tiro de su labio con mis dientes. Adoro sus ojos y cómo me miran y sigo el impulso de lamerle el cuello mientras vuelve a cogerme del culo y me mueve a una velocidad me hace agarrarme con los dientes a su piel. Gime y hunde la cara en mi pelo para dejarse llevar. Muerdo la base del cuello de Cosme y suelta un grito mientras noto su semen a través del condón y me dejo llevar para correrme de nuevo.
   Me quedo quieta y sufriendo los espasmos mientras él me abraza y besa mi nuca a través del pelo. Es tan dulce… Abro la boca y noto el sabor a sangre en la lengua; me he pasado un poco.
-                Perdona, te he hecho sangre –me disculpo, pasándome la punta de la lengua por los colmillos de pantera. Tengo que calmarme.
   Repentinamente, Cosme se sienta y me aprieta con fuerza contra sí. Aspira mi cuello y me deja sobre la cama antes de levantarse y hacerse crujir la espalda, lleva de líneas rojas y con gotitas de sangre. No debería haberme dejado llevar.
-                Tienes mucha fuerza –me sonríe al ver mi cara de preocupación.− Estas marcas son trofeos para mí –me explica antes de acariciarme la mejilla y besarme con esta dulzura tan suya.
-                Te amo –lloro sin querer. Estoy tan contenta de no haberle hecho nada más. He podido dejarme llevar sin hacerle daño (no demasiado).
-                Y yo a ti, preciosa.

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